DÍA DE TODOS LOS SANTOS
- Cristian Roberto Santana Vargas
- 2 nov 2019
- 13 Min. de lectura
ES MÁS QUE UN RECUERDO

Cuando Dios crea, bendice su creación y le da vida, sin embargo, en el ser humana pasa algo muy especial porque nos hace a imagen y semejanza suya. Todo ser viviente tiene alma y cuerpo, el cuerpo no significa carne pues esta carne – corruptible – se destruye hasta llegar a su punto más dramático que es la muerte, por otra parte, el alma es aquello que vivifica y conforma el proceso de madurez y crecimiento, por ello todo animal y planta también tiene alma porque da vida su materia, no obstante, la gran diferencia con el ser humano es el espíritu, es el soplo de vida dado por Dios al ser humano que nos permite tener una relación más profunda con el Creador. Al ser nosotros imagen y semejanza de Dios, la persona que pasa por este mundo resucita en cuerpo y alma para llegar a la vida eterna, resucitamos en un cuerpo espiritual, ¿cómo comprender esta resurrección?, lamentablemente nuestra vida tiene límites y no puede ir más allá de lo que quisiéramos saber hasta el momento de nuestra partida terrenal y por lo mismo, nuestra inteligencia no podrá jamás comprender en totalidad aquello que nos espera pero tenemos la gran esperanza de las palabras dichas por el Hijo de Dios, Jesucristo, quien, por medio del bautismo, nos permite tener un conocimiento inicial e íntimo con Dios y tener la certeza de una vida más plena. Otro obstáculo es el lenguaje, nuestros idiomas podrán purificarse, pero nunca podrá abarcar la grandeza de Dios, el lenguaje es demasiado limitado y la peor herramienta para hablar de Dios, pero, se quiera o no, es la única herramienta que tenemos… Así, nuestra capacidad intelectual y nuestro lenguaje no llegará a comprender la grandeza de Dios y la gran transformación que tendremos luego de la muerte, porque cada uno de nosotros resucitaremos en cuerpo y alma de una manera que sólo Dios conoce pero que Cristo nos legó ya, con su enseñanza, que será una vida sin lágrimas, sin dolor, sin muerte.
Es verdad que quisiéramos evadir la muerte, o por lo menos evadir la muerte de quienes amamos, pero pensar sólo en la muerte en esta tierra involucra que somos incrédulos y no creemos en Jesucristo, en sus palabras, en su muerte y resurrección. Cristo pasó por la muerte, y una muerte cruenta (sangrienta) por amor, lo que nos demuestra que también nosotros debemos pasar por esta muerte para conseguir la vida eterna, para un feliz reencuentro con los nuestros, con los que ya han partido. El pecado y el mal ronda el mundo, está como “león rugiente buscando a quién devorar” pero ni el pecado ni la muerte tienen la última palabra, nosotros podemos entregar nuestro dolor y lágrimas por nuestros seres queridos a Dios. Confiar en Cristo y confiar en que nosotros, pasada la muerte, también gozaremos de su Reino que no tiene fin, así como lo están ya nuestros seres queridos que gozan más sublimemente que los ángeles. El ser humano resucitará completamente por este espíritu de vida, por este soplo de vida que Dios nos ha dado, no así las plantas y los animales que, cuando mueren, se termina todo porque no tienen ya el alma que los animaba…
Por ello, somos cuerpo, alma y espíritu, y todo el hombre completo resucitará en cuerpo y alma, pero transformado, ojo, no confundir nunca carne con cuerpo, este cuerpo que tenemos es corruptible, es carne, que sangra, que sufre, pero pasada la muerte tendremos un cuerpo incorruptible que no sufrirá jamás… Si no creemos en esto, vana sería nuestra fe, en vano hubiera muerto Jesucristo; si el Hijo de Dios resucitó y nos demostró su cuerpo, significa que así será también el desenlace de cada uno de nosotros por gracia divina, en definitiva, por puro amor.
Que celebremos el 01 de noviembre todos los santos y el 02 los fieles difuntos no es una cuestión arbitraria, por el contrario, tiene un gran significado espiritual. El 01 de noviembre recordamos a todos las personas que nos demostraron vida de santidad con sus ejemplos, palabras y presencia; aquellos familiares, amigos, vecinos, etc., que ya han partido a la casa del Padre Celestial. Día de todos los santos, es lo que comúnmente me gusta decir “los santos anónimos” que sólo nosotros conocemos y que vivirán por siempre en nuestro corazón. Pero también día de todos los santos porque nos invita a llevar esta vida de santidad en nosotros, tratar de ser ejemplo de vida y poder expresar nuestra responsabilidad de ser verdaderos cristianos siendo responsables con todo lo que Dios nos dio para ser testigos de amor. Tenemos nuestros santos que están con Dios y el 02 de noviembre los recordaremos con mayor intimidad por medio de nuestros gestos de cariño, pero sobre todo con nuestra oración… Son santos, ellos viven, incluso con mayor plenitud porque gozan de aquello que siempre anhelaron en esta vida, estar íntimamente unidos con Dios y es lo que nosotros también anhelamos llegar algún día a vivirlo, con Dios y con los nuestros.
Con el bautismo empieza nuestro caminar, no hacia la tumba, sino hacia Dios, no obstante, pasando sí o sí, por la muerte.
El bautismo como fuente de vida espiritual

Con el bautismo se recibe una vida nueva. Desde el momento que soy bautizado, se vive según el modo de vivir de Jesucristo: “Pues bien, éste es el testimonio: que Dios nos ha dado la vida eterna, y que dicha vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios, no tiene la vida”(1 Juan 5, 11-12); es decir, la vida cristiana según Cristo constituye la vida eterna, de esta manera queda claro que la vocación del ser humano no es la muerte sino la vida y el cristiano llega a ser nueva vida con Cristo. Todo bautizado que ha acogido a Cristo tiene el poder de vivir para siempre pero, ¿cómo es posible que esta vida eterna necesite pasar por la muerte para que sea eterna?, para acceder a la vida eterna debemos pasar por la figura de la muerte: “¿No saben que todos nosotros, al ser bautizados en Cristo Jesús, hemos sido sumergidos en su muerte? Por este bautismo en su muerte fuimos sepultados con Cristo, y así como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la Gloria del Padre, así también nosotros empezamos una vida nueva” (Rm 6, 3–4); cuando el bautismo nos sella (sacramentalmente) hay una convicción entre un antes y un después, por un lado estábamos en una vida que nos conducía hacia la tumba no obstante, con el bautismo, nuestra vida va de la tumba a la manifestación de la vida eterna, el bautismo me permite abandonar esta vida que va hacia la tumba es decir muero al pecado pero también soy consiente que debo pasar por la figura de la muerte que, en palabras de San Irineo, “la muerte pasa a ser un don” porque pone límites al pecado, una vez muerto el pecado no es más activo en mi vida.
Cirilo de Jerusalén realiza un paralelo entre "la túnica visible – corruptible - por aquella túnica nueva que nos permite ser hombres nuevos", de manera que la vida a la cual nos introduce el bautismo no puedo morir jamás: “Así también ustedes deben considerarse a sí mismos muertos para el pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús. No dejen que el pecado tenga poder sobre este cuerpo —¡ha muerto!— y no obedezcan a sus deseos”(Rm 6, 11 – 12) es por ello que en virtud del resucitado (Cristo), podemos caminar hacia la vida nueva, a una vida en Dios, por otra parte, San Pablo dirá que “el hombre viejo que está en nosotros ha sido crucificado con Cristo” (Rm 6, 6b) pero¿qué significa vida vieja y aquello que el artículo anhela enfatizar con vida nueva?, la vida nueva se manifiesta como cultura nueva porque allí donde arribe un grupo de bautizados se da un cambio en la cultura, y esta cultura es beneficio y sabor para todos, la vida nueva que el bautismo infunde en el hombre crea una cultura en la humanidad, es la cultura de Cristo, es decir, la Iglesia. Utilizando nuestro lenguaje profundo de fe, podemos afirmar que viejo y nuevo referidas a la vida en la fe tienen un significado particular, el cuerpo es templo del Espíritu Santo y no es ligado a aquello que es viejo sino ligado a la resurrección, llevamos la vida nueva en un vaso de greda (frágil) y junto a nuestro cuerpo se da la resurrección porque si no fuese de esa manera, la misma resurrección de Jesucristo perdería sentido. Según el Espíritu refiere a todo aquello que somos, es decir, cuerpo y alma, pero ¿qué significa vivir según la carne?, significa vivir pensando en la muerte, considerarme como persona que tiene que pensar constantemente en preparar la tumba, me cuido, me protejo con la única meta de llegar a la muerte y entorno a este ideal, gira mi vida.
En una sociedad en donde se presume que todo es normal, se relativiza el pecado y se regula un modo de vida de acuerdo a nuestros caprichos viene la pregunta ¿cómo identificar aquello que viene de la carne? “es fácil reconocer lo que proviene de la carne: fornicación, impurezas y desvergüenzas; culto de los ídolos, hechicería; odios, ira y violencias; celos, ambiciones, divisiones, sectarismo y envidias; borracheras, orgías y cosas semejantes. Les he dicho, y se lo repito: los que hacen tales cosas no heredarán el Reino de Dios” (Gal 5, 19 – 20), las obras de la carne son bien notorias, y quienes la cometen no heredarán el Reino de Dios, sino que viven según una heredad de la carne que lleva a la muerte, sin embargo tenemos que estar atentos a no confundirnos, la carne no es igual a cuerpo, no es sexualidad, por ello el pecado amenaza la vida de un hombre que, en su debilidad, busca nutrir esta debilidad plasmando nuestra existencia con aquellas cosas que perecen, mueren, pero la fragilidad tampoco es pecado lo que es pecado es vivir según la fragilidad es decir, vivir del pecado y no vivir la vocación del Hijo de Dios porque aquel que vive según la carne es una criatura sin soplo: “Entonces Yavé Dios formó al hombre con polvo de la tierra; luego sopló en su nariz un aliento de vida, y el hombre tuvo aliento y vida” (Gn 2, 7). Nuestra meta es la liberación del cuerpo de la mentalidad de la muerte porque la vida espiritual no es dejar la carne y dejar el espíritu, sino hacer descender el Espíritu Santo en mi vida, mientras más desciende el Espíritu divino, más transformo mi vida (conversión), convierte mi mente y convierte mi cuerpo en cuerpo de caridad, quiero amar y vivir la caridad poniendo toda al servicio de los demás. El Espíritu Santo transforma mi cuerpo en cuerpo de caridad, a través del cuerpo nos reconoceremos en el paraíso porque habremos experimentado la mano de Dios y en ello vemos una continua encarnación de Dios en nuestra vida. Dios no nos ha creado para la muerte, es el pecado el que nos ha hecho creer que debemos vivir según la muerte, no obstante, la redención de Cristo ha introducido un nuevo nacimiento (del Espíritu) y un nuevo alimento (la vida eterna – eucaristía), entre vivir según la carne y vivir según el espíritu podemos vislumbrar una clara enseñanza, la única obra buena que puede dominar la muerte es la fe, es decir, creer en Jesús que manifiesta la obra del Padre y nos da la Palabra y su cuerpo como alimento.
El Evangelio de San Juan es mucho más claro a la hora de hablar sobre la fe; Juan no formula la figura de Jesucristo de manera compasiva, misericordiosa, amable, alegre, etc., a la hora de figar un opuesto a la fe, Jesucristo tiene una postura fuerte, enérgica que va en contra de la incredulidad, que es el pecado más grave, el no creer en el amor y la obra de Dios. Para Juan no es la caridad lo primero (amor al prójimo) sino acoger el amor de Dios porque con ese amor que acojo puedo verdaderamente amar al prójimo de lo contrario es una necesidad propia que satisface mis deseos personales conforme al egoísmo. Para Juan el orden es importante, creer y acoger el amor para poder amar a todo aquello por lo que hemos sido creados, que incluye la naturaleza. Un amor no imposible y difícil de cumplir, un amor que “no quedará frustrado, pues ya se nos ha dado el Espíritu Santo, y por él el amor de Dios se va derramando en nuestros corazones” (Rm 5,5). Las Palabras de Jesús sobre la incredulidad son bien duras, quien no cree en la vida según el Espíritu tiene el diablo, es decir, según la carne la vida tiene cualquier cosa de malévolo: “Ustedes tienen por padre al diablo y quieren realizar los malos deseos de su padre. Ha sido un homicida desde el principio, porque la verdad no está en él, y no se ha mantenido en la verdad... Por eso ustedes no me creen cuando les digo la verdad” (Jn 8,44-45). Un hecho emblemático sucede en el monte del Getsemaní en donde el demonio quiere convencer a Cristo de vivir según la carne; la incredulidad es un pecado extremadamente grave porque, antes o después, nos puede llevar a la traición: “Pero viene alguien que les dice la verdad, la verdad que he aprendido de Dios, y ustedes quieren matarme” (Jn 8, 40), como fue el caso de Judas Iscariote, el símbolo de la vida de Judas es la traición, pero también es el símbolo de su propia condena porque al final él decide matarse: “Para quien cree en él (Cristo) no hay juicio. En cambio, el que no cree ya se ha condenado, por el hecho de no creer en el Nombre del Hijo único de Dios” (Jn 3, 18), Dios no condena sino que perdona, podemos develarlo por medio de Judas y Pedro, los dos habían traicionado a Cristo, no obstante, el uno se arrepiente y espera el juicio de Dios que lo perdona porque cree, en el momento que Jesús (en medio de su humillación) ve a Pedro, hay una misericordia profunda de amor y no de odio, mientras que el otro (Judas) decide terminar con su vida porque finalmente no creyó. De esta manera podemos decir que la vida espiritual es igual a vida nueva. Todo esto crea una cultura nueva, pero ¿qué tipo de cultura crea el bautismo?, consideremos varios puntos de vista a reflexionar:
1.- El bautizado debe tener la capacidad de acoger al otro (prójimo), porque la fe cristiana no es decir SÍ a una doctrina sino decir SÍ a una persona (Jesucristo), ahora el encuentro con el bautismo es un encuentro con Cristo y este encuentro consiste en el cambio de vida, ¿cómo sabemos que uno ha cambiado?, lo reconoceremos cuando nuestra vida, poco a poco, llegue a ser la vida del otro: “no soy yo el que vive es Cristo el que vive en mí” (Gal 2, 20). El cambio de vida en el bautizado es un cambio transformante, cancela el pecado original porque ya no vive el pecado en mí, sino que habita ahora Cristo en mi ser a pesar de que permanezca en mí la fragilidad, la concupiscencia, esta decisión de vivir que ha veces es equivocada; aquello que es compatible en la vida humana es el pecado por ello en el bautismo se hace una renuncia: “renuncias a satanás”. En el bautismo nosotros continuamos la vida de Cristo y Cristo nos ha acogida cambiando mi vida para ser acogedores (ontológicamente), no es un hecho moral, sino que es parte esencial del ser humano, hecho a imagen y semejanza de Dios para hacer que la vida del otro llegue a ser mi vida y, en su fragilidad, lo asumo para llevarlo en mi espalda como la oveja perdida, atento a la vida del otro que está presente en el mundo, atento a su dolor y sufrimiento.
2.- El encuentro con la vida del resucitado hace al bautizado capaz de afrontar cada problema que se nos presente; el día solemne del bautismo llega a ser el día de pascua porque en el bautizado viene actualizada la nueva creación, es decir, la pascua. La vida nueva es fundada sobre esta espiritualidad que pasa por este camino, si paso del hecho de ser pecador a ser hijo de Dios, se puede pasar cada callejón peligroso, todo es posible, no hay nada mas trágico que morir, pero si muero al pecado, no tengo miedo de nada, no tengo miedo de morir. El hombre viejo puede sufrir, el hombre nuevo no y esto comienza ya con el bautismo. La continuidad del bautismo se da en la conversión, la penitencia, las lágrimas; cuando soy un cristiano convertido tengo la posibilidad de dar el perdón incluso a la persona que me hace tanto daño.
3.- El bautismo indica la fuente de la libertad porque liberado del mal pierdo el miedo de la muerte, creo en la resurrección y soy libre para amar, “ama y has lo que quieras” (San Agustín). Estamos llamados a ser libres: “Nuestra vocación, hermanos, es la libertad. No hablo de esa libertad que encubre los deseos de la carne, sino del amor por el que nos hacemos esclavos unos de otros” (Gal 5, 13), somos llamados a la libertad pero debemos estar atentos a que esta libertad no llegue a ser una preocupación personal, porque una visión individualista sólo me puede llevar a la muerte. La libertad cristiana, por motivo del amor, consiste en que somos creados para el servicio del prójimo y si el cristiano no es testimonio de esta libertad, estamos encaminados al egoísmo. La libertad enraizada en Cristo permite la dignidad y el diálogo con el otro, por ello el bautismo es un sacramento que amerita seriedad porque funda una cultura nueva a condición de vivir como Cristo, es decir, vivir según la novedad del Espíritu Santo. Cuando me siento acogido por Dios todo es posible, tengo la capacidad de afrontar cada dificultad que se me presente en mi diario vivir y la capacidad de acoger a los demás.
4.- Por otro lado, la vida nueva dada en el bautismo, se desarrolla y se expresa en un sacramento, en una vida que tiene estructura sacramental: “el despertar de la fe pasa por el despertar de un nuevo sentido sacramental de la vida del hombre y de la existencia cristiana, en el que lo visible y material está abierto al misterio de lo eterno”(Lumen Fidei 40), en pocas palabras esto refiere a la ecología porque el sacramento es fuente de la ecología, en el sacramente estamos invitados a asumir el domino de toda la creación a modo litúrgico, invocando al Espíritu Santo; el respeto a la creación involucra la necesidad de descubrir el sentido del sacramente porque al ser creación de Dios todo pasa a ser un ente litúrgico, todo aquello que toco se transforma en presencia del Espíritu, develando en la Eucaristía el principio íntimo de comunión. La vida nueva tiene sabor de Iglesia, la vida nueva no es un culto nuevo ni nueva religión porque la religión tiende a fijarse en reglas mientras que la vida nueva se desarrolla en comunión, el Espíritu que desciende en el bautismo nos constituye miembros de un organismo nuevo que es la Iglesia. Por esencia somos seres de comunión, esto significa que aquello que llamamos obras de caridad son expresión de la comunión que vivimos, por ello la belleza cristiana no está en las obras de caridad, (esto lo debería forjar cada persona), sino en el sentido de responsabilidad con Dios, la creación, el prójimo y mi persona; la belleza cristiana está en la búsqueda de la autenticidad del amor que al final desemboca en el don del sacrificio. Debemos tener claro que no hay comunión sin sacrificio, lo que conlleva incluso a perder la vida por amor.
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